El caso es que el otro día quedé en Sitges con mi amigo Óscar y nuestras respectivas parejas y coincidió con la celebración del Orgullo Gay. Llegamos cuando ya estaba a punto de acabarse la fiesta, pero todavía tuvimos tiempo de ver la gran ovación de la tarde (si exceptuamos la que se llevó una turista que no tuvo otra ocurrencia que hacer un strip-tease usando una farola como barra americana...). Íbamos por la calle del Pecado cuando nos cruzamos con unos tíos (buenos) que iban en bañador llevando en sus manos unas banderas que, supongo, anunciaban algo (fracaso publicitario, puedo asegurar que nadie miraba lo que decían). El caso es que eran unos seis o siete pavos y todo el mundo, o al menos, hombres homosexuales y mujeres heterosexuales, les dedicaron una, como se suele decir, cerrada ovación. Creo que fue una humillación en plan "chavales, esto es lo que hay, superadlo si podéis". La verdad es que quedé impresionado, me giré y, hasta, creo que mis labios soltaron un "hijop...". Lo primero que hice fue reconocerle a mi novia que tenían mejor cuerpo que yo. Había que reconocerlo.
Sin embargo, esta mañana, después de ducharme y siguiendo mi ritual, mientras me secaba, le he recordado a mi novia que me encanta mi cuerpo. La humillación ha durado unas pocas horas, es más, mi novia cree que debo de sufrir algún tipo de patología.