Monday, May 09, 2016

BIANCONERO - RESTO DEL MUNDO

No me quejo de la edad que tengo, precisamente, el otro día le comentaba a mi amigo Sergio que no querría volver a tener 10 años. Digo esto porque, a pesar de encontrarme bien físicamente y creer que mi cuerpo no ha cambiado, el hecho es que sí ha cambiado. Con casi 40 años, uno ya no tiene el cuerpo tan fino como con 20, ni se recupera tan bien, ni aguanta tanto, ni mil cosas más. Hace unos años escribí en este mismo blog sobre mi fugaz regreso a los terrenos de juego, lo hice unos días antes de jugar con la intención de escribir después sobre cuál había sido el resultado, pero el resultado fue tan nefasto, que lo dejé correr. El caso es que el otro día volví a jugar, pero esta vez, una auténtica pachanga.
David, el hermano del Parre, se casa y su hermano le montó un Bianconero – Resto del mundo. El Parre quería reunir al equipo entero y darle una sorpresa a su hermano, así que, se puso en contacto con todos, todos, todos: los que jugaron siempre en el equipo, los que llegaron más tarde, los que lo dejaron antes… Inicialmente, todo el mundo dijo que sí, al menos, esa fue la impresión que tuve, todo el mundo quería jugar. A la hora de la verdad, hubo alguno que otro que se borró de la convocatoria cual Eto’o contra el Madrid en el Bernabéu… Al final, no fuimos todos los que éramos, pero éramos todos los que estábamos (típica frase chorra que me hace gracia), aunque a mí me falto uno, solamente uno: Joel. Recuerdo que jugó un partido con nosotros precedido de una fama que él mismo se había otorgado unos minutos antes de empezar el partido: él podía jugar de todo. Creo que no he visto una actuación tan desafortunada en un terreno de juego a excepción de los dos famosos y nefastos partidos seguidos del Marc (“me he resarcido del partido de la semana pasada” tuvo el valor de decir en el segundo partido) y la exhibición de NO reflejos del Sergio en la portería durante del torneo de verano de Perales del Alfambra (aún recuerdo cómo entró a cámara lenta esa pelota que le pasaron). Llovía e incluso, a falta de una hora y media para jugar, había quien preguntaba si ya se había cancelado. Pero hombre, ¡si ni siquiera se había propuesto! Me imagino a Eto’o el día del partido contra el Madrid diciéndole a Rijkaard “entonces, ¿tenemos que jugar? Yo, casi que me quedo en casa, que haga el pasillo Bojan…”.
Pues nada, al final ahí que nos plantamos para jugar. Como se suele decir en los partidos benéficos, el resultado era lo de menos, lo importante era pasar un buen rato. Y la verdad es que así fue, además, caía una fina lluvia que le dio un toque muy guapo de campo de inglés. Lo peor, en mi caso, ¡que me he vuelto a hacer una rotura de fibras! Igual que la última vez que jugué, ni más ni menos. Eso es una señal de los dioses del fútbol que me piden que reduzca mi actividad a los parques, y solamente, para devolver la pelota a los niños. Dioses, eso haré.
Como digo, moló mucho. Y moló sobre todo porque nos juntamos nosotros y los niños de mis amigos. Aquello era un “melting pot” de edades que funcionó. Jugamos todos en serio, nadie regaló ni un centímetro al rival, tuviese la edad que tuviese. Funcionó tanto que ya están diciendo que hagamos pachangas de manera regular. ¿Pachangas de manera regular? Qué va, el efecto gaseosa es muy poderoso, como la fuerza.

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