Ostras,
ahora cuando me pongo a tocar con la guitarra hasta consigo que suene
decentemente. Es más, podría incluso componer una canción y, quizás, no
produciría vergüenza ajena (nota mental: si la vergüenza ajena rigiese nuestras
vidas, nos evitaríamos muchos problemas…). Bueno, más que una canción, debería
decir la música de una canción porque las letras no son mi fuerte, que digamos.
El caso, como decía es que podría llegar a hacer la música de una canción y no
quedaría algo ridículo, pasaría los estándares mínimos del buen gusto musical.
Sin embargo, tengo un problema. Ese problema se llama “trespercent”, perdón, se
llama ¡aaaasúcar! (perdón, el espíritu de Celia Cruz me ha poseído durante unos
segundos). Bueno, ni siquiera es ¡aaaasúcar!,
porque si fuese ¡aaaasúcar!, yo mismo me diría “chaval, no suenas como Led
Zeppelin, pero los discos de la Fania molan mucho”. Eso sí, habría que ir con
cuidado y no caer en el “reagguetón” (nota mental: ¿aún existe o ya ha mutado en
otra cosa?). Cuando digo que tengo un problema, me refiero a que tengo un
problema de azúcar. ¡Azúcar! Como digo, no siento vergüenza ajena, pero cuando
me oigo, me viene a la cabeza el tipo de música que, precisamente, ¡no me
gusta! Lo único que quiero es un “riff”
en plan “Whole lotta love” que se convierta en un clásico que acabe sonando en
RAC105 (sic).
Monday, March 30, 2015
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