Ayer fue el maratón de Barcelona. Quise levantarme pronto para ver pasar a los corredores. Pasaban cerca de casa y quería ver a los primeros, más que nada para ver a qué velocidad pasaban. Me los imaginaba pasando como una exhalación y, aunque en la televisión se les ve correr de prisa, en directo debe de ser espectacular. El caso es que nos plantamos mi mujer y yo en el kilómetro 20 o 21 para verlos pasar, justo a la mitad de la carrera y, ¿qué vimos? Pues a los últimos clasificados... Llegamos y vimos pasar a cuatro o cinco corredores que corrían..., bueno, caminaban... bueno, se movían a su manera... Y detrás de ellos la organización recogía conos, los medios de comunicación plegaban los cables, los barrenderos limpiaban la zona y las personas de la zona de avituallamiento daban agua a los espectadores.
El caso es que al observar a los últimos corredores del maratón pensé que lo mejor hubiese sido dejarlo. Es más, no haberse presentado. Está bien esta moda de correr y querer superar los límites de uno, pero para superar esos límites hay que prepararse. Prepararse a fondo. Quiero decir que si yo quiero escalar el Everest, tengo que hacer una gran preparación, sino, mejor me quedo en casa. Con esto pasa algo parecido; si a mitad de camino (en este caso, 20 kilómetros...) vas caminando o arrastrando los pies, mejor lo dejas. O como he dicho, ni te presentes. De lo contrario, vas a hacer que haya cientos de coches parados en la Meridiana esperando a que pases.
Monday, March 16, 2015
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