Mañana se cumple un año de la gran nevada que hubo en Catalunya; uno de los días más alucinantes que he vivido. Lo que empezó como una gracia para unos cuantos se acabó convirtiendo en una pesadilla para muchos. Recuerdo que los dos días anteriores había estado en la montaña con unos amigos pasando el fin de semana y por la radio recomendaron volver a casa antes del mediodía porque sabían que algo gordo se preparaba, sin embargo, se equivocaron por un día y me pilló estando en el trabajo. Entonces podía escuchar la radio sin problemas y me enteraba de como la cosa se iba complicando con el paso de las horas; miraba por la ventana y cada vez había más nieve y, claro está, más coches.
La cosa se complicó tanto que al final nos dejaron irnos a casa una hora antes (¡uh, qué buenos fueron!) y cuál fue mi sorpresa cuando de repente me vi en esa película que se llama "El día de mañana": estaba todo desierto y sólo había nieve. Todavía flipando, me monté en el coche para ir a echar gasolina (no dejes para mañana...), por fortuna, la gasolinera que hay al lado de mi trabajo seguía abierta y pude echar mis 20 euros de rigor. Cuando volví de pagar, la luna delantera estaba llena de nieve y el viento no me dejaba casi moverme. Me monté en el coche y me dije "que sea lo que Dios quiera" y, en efecto, fue lo que Dios quiso: 4 horas y media dentro del coche.
A parte de habérmela jugado con la gasolina, tenía por otro lado un móvil sin batería... Envié un mensaje en plan "estoy vivo stop, no batería stop" y lo apagué. A partir de ese momento sólo tuve conexión con el mundo a través de la radio, estaba aislado. Es curioso, la caravana era enorme y todos estábamos aislados, nadie hablaba con nadie, todos metidos en nuestros coches con cara de resignación y pensando "¿esto es el primer mundo?". Parece ser que todo el mundo me llamaba y mi centralita, o sea, mi novia, decía que sólo sabía que yo estaba en la autopista metido en una gran caravana y sin batería.
Obviamente, las necesidades fisiológicas empezaron a aparecer y la gente decidió salir al arcén a orinar. Yo aguanté tanto como pude hasta que dije "no puedo más, salgo" y cuando puse un pie en el suelo estuve a punto de caer con lo cual, decidí quedarme dentro para evitar romperme la pierna y mearme encima. Sin embargo, el cuerpo no entiende de nieve y yo me notaba cada vez peor y con más ganas de mear. En ese momento, recordé que siempre que abría el maletero había una botella de agua, pero claro, ¿cómo la podía coger? Tenía que echar hacia delante el asiento trasero y rebuscar en el baúl en que se ha convertido mi maletero y con suerte, si estaba, dar con ella. La verdad es que no sé cómo, pero pude echar adelante el asiento y vi la botella. Fue uno de los momentos más felices de mi vida, esa botella podía salvar mi vida. La cogí y vacié en el asfalto el agua que había, de manera disimulada me abrí la bragueta e introduje mi pene (rabo, nabo, picha, polla, tranca, pija, verga, chola, cola, porra, pito, mango, pilila, minga, cipote, carajo, tiene nombres mil, el miembro viril) y ayyyy, qué bien. A partir de ese momento, todo fue esperar a que la enorme caravana avanzase para cerca de cinco horas después llegar al hogar, dulce hogar.
Monday, March 07, 2011
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
Si, si, menuda odisea!
ReplyDeleteMoraleja: No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Porque podría haber sido mucho peor.