Monday, February 17, 2014

CABLE ROJO O CABLE AZUL

Cuando alguien me da un consejo, lo suelo escuchar e, inmediatamente, lo tiro a la papelera de reciclaje de mi memoria. Acabo siempre haciendo lo que me da la gana. Supongo que lo que yo hago es lo que hace todo el mundo, es por eso que no me gusta dar consejos ni recibirlos. ¿A alguien le han pedido alguna vez consejo? A mí, no. Evidentemente, no tengo en cuenta las preguntas en plan “¿qué cable corto?, ¿el rojo o el azul?”, perdón, quería decir “¿qué jersey me compro?, ¿el rojo o el azul?”. Exceptuando estas chorradas, que no se pueden considerar petición de consejo, nadie me ha dicho nunca “no sé qué hacer, ¿dejo a mi mujer y me voy con mi amante? Aconséjame”. El caso es que uno no sabe nunca si alguien necesita consejo, si lo está pidiendo o si simplemente se está desahogando, pero, por costumbre, solemos hablar y dar nuestras opiniones; opiniones que van disfrazadas de consejos. Quizás me equivoco, pero en el fondo creo que eso es un consejo: una opinión disfrazada. Y como opinión que es, viene con una maleta llena de realidad, de interpretación de esa realidad, de manera de ver la vida y mil cosas más.
Al final, como uno no sabe si pedir consejo y el otro no sabe si se lo están pidiendo, lo que acaba recibiendo el interlocutor no es ni un consejo ni una opinión, lo que recibe es una crítica. Y todo el mundo sabe que las críticas son muy chungas, uno se las toma mal porque “qué va a saber ese si no le pasa lo que me pasa a mí, si todos los problemas del universo caen sobre mí”. Exacto, uno se las toma como una crítica hacia su persona, no hacia una determinada actuación o conducta de esa persona. Por eso, creo que no vale la pena dar consejos, opiniones o como se llamen. Solamente es recomendable darlos y recibirlos cuando refuerzan la idea previamente formada por el interlocutor. Vamos, lo que popularmente se ha conocido toda la vida como “dar la razón como a los tontos”.

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