El primer balón lo tuve con 12 años, que no está nada mal, los niños suelen tener balones antes de empezar a caminar, pero en mi caso, no. No pude disfrutar de la propiedad privada en forma de pelota hasta los 12 añitos… Recuerdo que me lo compraron en el Continente de Baricentro, era de la marca Admiral, una marca que era totalmente desconocida para mí, pero que después vi que había vestido al Rangers F.C. y a la selección inglesa, ¡uauh, no era un marca de mierda! Ese balón me hizo muy feliz, sin embargo, cuando salía de la tienda con la pelota entre mis manos, no sabía que iba a durarme tan poco tiempo…
Al lado de mi colegio vivía un hombre al que llamábamos despectivamente “payés”. De hecho, creo que era payés, pero como era viejo y tenía huertos en su parcela, pues se le llamaba con menosprecio de esa manera. Era una especie de, no sé..., el personaje aquel “Pa negre”, Pitorliua he leído en internet que se llama; enigmático, nadie sabía cómo era… Es más, yo diría que nadie lo vio nunca.
Recuerdo todavía el primer día que me llevé la pelota; la situación era esta: pelota muerta dentro del área, sale un chaval corriendo hacia la pelota para marcar gol y a lo Sergio Ramos chuta enviando la pelota por encima del larguero… ¿He dicho antes que el payés vivía al lado del colegio? Especifico, vivía, detrás de la portería, de esa portería. Adiós, pelota, adiós.
A partir de ahí, mi mente tiene recuerdos inconexos, me vienen flashes en plan película de policías con protagonista traumatizado después de que los malos hayan matado a su compañero. En el siguiente recuerdo con claridad que tengo estoy llorando mientras tengo la pelota entre mis manos. El payés había pinchado mi pelota.
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